La restauración neoliberal es un hecho. La oligarquía reasumió el poder en Argentina. Tienen todo: el gobierno político, el poder económico y financiero, los medios hegemónicos de comunicación, el aparato represivo y el partido judicial. Por escaso margen, terminaron doce años extraordinarios en la política nacional. Extraordinarios no solamente en términos calificativos, sino descriptivos: doce años fuera de lo común del sentido impuesto por los poderes internacionales desde 1976 a 2003.

La lucha de clases tomó nuevas formas. El gobierno es oligárquico, ceocrático y extranjero, enemigo del pueblo argentino. No esperamos más que medidas antipopulares y entreguistas. Para que quede claro desde un principio: no somos oposición, somos sus adversarios. Estamos en las antípodas de todas sus políticas. En todo momento vale la desconfianza, plausible de tener en frente a la derecha más rancia de la Argentina. Jugadora de un tablero político de incidencia internacional, a su vez, mundo que se cae a pedazos en la descomposición del aquel imperialismo que Lenin nos detalló en 1916. 

Volvieron, pero sobre condiciones diferenciales a las de cuando se aferraron en 1976. El 25 de mayo de 2003 habíamos interrumpido tres décadas de subordinación y seguidismo: dejamos de lado las clásicas recetas ortodoxas, construimos un país viable y avanzamos en la inclusión de los excluidos y la participación en el ingreso de las y los trabajadores. Por lo pronto, lo extraordinario de esta Década Ganada, doce años después, se convirtió en cotidiano: “dejo un país cómodo para la gente y no para los dirigentes”, recordemos expresar a Cristina, es decir, siendo cotidiano tener trabajo y discutir los sueldos en paritarias, la Asignación por Hijo y la movilidad jubilatoria. Normal la educación, la ciencia y la cultura y su acceso gratuito. Estratégica la reindustrialización, la distribución del ingreso y la soberanía de nuestras decisiones. Son los cimientos de la democracia reciente. El tiempo histórico que sintetiza una lideresa como Cristina Fernández de Kirchner.

Sin embargo no alcanzó. Más bien se trató de un punto de partida. Un momento de la liberación nacional. Queda construir la democracia de los movimientos populares. Doce años, tres mandatos consecutivos de gobernabilidad que son un hito en la historia nacional. No nos fuimos en helicóptero ni con decenas de muertos en el país. No decretamos el Estado de Sitio. Nos fuimos del gobierno con una multitud en la Plaza de Mayo, el 9 de diciembre de 2015, nacimiento de la democracia de la calle ante el regreso al gobierno de los dueños del poder.

En 2003 habíamos arrancado con una idea-fuerza propia: reparar los severos daños de las dictaduras y gobiernos anteriores. Desde 1955 que el pueblo trabajador estuvo a merced de la agenda de la desindustrialización y la entrega. Desde entonces que se luchó alegremente por la nueva sociedad. Nos costó 30 mil compañeros y compañeras desaparecidos y torturados. Luego, el sentir popular acompañó los gobiernos de Néstor y Cristina, y su proyecto político tomó dimensiones federales de los precedentes que dejaron Juan y Eva Perón. Fueron su continuidad histórica. Las masas trabajadoras hicieron carne estas ideas-fuerzas, en ambas ocasiones, en el resurgimiento del Movimiento Nacional y Popular en Argentina.

Por supuesto que hubo errores, propios del hacer, y estos doce años no fueron una panacea. Sin embargo, el pueblo reencontró un camino. Se propuso, en la economía, estabilidad y alto crecimiento, reindustrialización, desendeudamiento y planificación federal[1]. En lo social, reducción de la pobreza y también, aunque menos notoria, de la desigualdad. En trabajo, disminución del desempleo y de la informalidad. En lo político, una intensa polarización enmarcada en la batalla cultural de la época: la patria grande altiva y soberana o el área de libre comercio para las Américas (ALCA) propuesta de los Estados Unidos.

No se propuso un “modelo”, pues, su rigidez conceptual no iba a permitir sacar de la pobreza a la mitad de la población. Se propuso un proyecto político capaz de disputarle a los poderes económicos los derechos de las mayorías. Un Estado del Trabajo al servicio de la inclusión social. Una economía de la demanda agregada, del mercado interno, del consumo de la clase trabajadora: la distribución del ingreso para el crecimiento y no el derrame de un crecimiento imprevisible mientras el pueblo se cagaba de hambre. La visión federal de un proyecto de país inclusivo con la integración de sus economías regionales. Un país con “toda la gente adentro” e integrado con el continente.

En todo este tiempo, revertimos el desempleo y la entrega del patrimonio nacional. Sin embargo, ciertas continuidades condicionaron el bienestar de vastos sectores populares. La sociedad cambió su fisonomía. Los sectores medios crecieron exponencialmente. Pero trabajadores continuaban excluidos de la economía formal, la pobreza tendió a feminizarse, la agricultura familiar siguió siendo expulsada de sus tierras y una profunda precarización laboral impregnó el entramado productivo. Esta herencia de los noventa resultó el límite propuesto por los poderes concentrados. No obstante, el peronismo fundacional comenzaba a recordarse en la recuperación de cuatro millones de puestos de trabajo, en el mandato de Néstor Kirchner (2003-2007).

Los puentes generacionales se reconstruían. La Memoria, la Verdad y la Justicia se condensaron como política de Estado ante el genocidio cívico-militar del 76’: “A pesar de las bombas, de los fusilamientos, de los compañeros muertos, y de los desaparecidos… no nos han vencido…”, vitorea, la militancia renacida en jóvenes que tomaron a la política como herramienta de transformación de la realidad. Cántico que a su vez, sintetiza las décadas más sangrientas de lucha de clases en nuestro país.

Los treinta mil compañeros y compañeras que, reunidos en las tres tradiciones políticas que hicieron temblar el poder real en la Argentina -el cristianismo de liberación, la izquierda popular y el peronismo revolucionario-, y que junto a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, viven intensamente en el proceso popular desatado el 25 de mayo de 2003. Uno de los mayores logros del kirchnerismo, en definitiva, es haber logrado la recomposición cultural del pueblo argentino, es decir, el kirchnerismo como contexto intergeneracional, situación político-económica local y regional positiva para las mayorías populares. Una cultura política fraguada en 1945 y con raíces sanmartinianas en 1810. Militancia masiva e influyente, latinoamericana y progresista. Propia del cambio época[2], de identidad antiimperialista y por la soberanía nacional.

A medida que transcurría este proyecto popular, de un lado, se ubicaban las viejas cúpulas militares, sectores concentrados de la Justicia, la oligarquía sojera, la burguesía concentrada, la Iglesia Católica, el Grupo Clarín y la Nación, la partidocracia tradicional, las multinacionales, los bancos, los Buitres, los organismos internacionales de crédito y los Estados Unidos de Norteamérica. Y por nuestra parte, los gobiernos populares de la región, las pequeñas y medianas empresas, los movimientos sociales y campesinos, la militancia y la clase trabajadora. En este trayecto, el pueblo, retomó la historia donde la dejó por última vez.

“Al odio se le gana con amor”, dice la canción, sentir que atribuye y lo canto por ser parte de esta generación, la mejora de la calidad de vida del pueblo y su concientización simbólica. Por supuesto que Néstor y Cristina encarnan estas realizaciones. Es lo que aplaudo y vitoreo.